El día ha comenzado, suave y despacio. Se aprovecha el silencio de la bahía para estirar y dejar los cuerpos flexibles y alegres.
La vitalidad que otorgan el estiramiento y un chapuzón en el mar son la mejor combinación para empezar un día sonriendo. Se explica la etapa señalando los lugares en un plano y contando alguna curiosidad venidera (no todo, pues se deja algún factor sorpresa). Aparecen turistas que disfrutan observando curiosos los preparativos de estos kayakistas organizando su partida.
Una vez en el mar esta es la ley: “No miréis al cabo que tenéis delante, nunca llega. Disfrutad del acantilado, del mar y del pez que se desliza bajo vuestra. La belleza que os envuelve en este instante presente es lo único verdadero”
La etapa tiene un sin fin de sorpresas: cuevas marinas, calitas escondidas, flora y fauna autóctona, aguas transparentes, etc. y en ellas todos disfrutan de nadar, ver algún barco hundido, jugar, sumergirse, descubrir, etc. A mitad de etapa siempre se hace una parada algo más larga para reponer fuerzas y comer algo y, ¿por qué no?, tomarse una merecida y fresquita cerveza.
Guiando la aventura por delante va el monitor en kayak y por detrás, observando y cuidando a todo el grupo, está la barca de apoyo que además de asistir a quien lo necesita, suministra a todos agua y barritas energéticas. Ambos monitores se encargan de corregir la técnica del paleo de los piragüistas al mismo tiempo que van describiendo la costa, secretos y curiosidades.
Al llegar a la cala de destino se estiran los músculos usados en el esfuerzo, evitando agujetas futuras. En este momento el grupo se dispersa y unos se van a bucear, otros a tomar algo a un chiringuito con encanto, otros se tumban en la arena a leer un libro, otros dan un paseo y hay quien se queda mirando el mar, simplemente...
Ver los rostros de estos exploradores cuando el sol majestuosamente se retira, regalando un sin fin de colores en el mar, nubes, árboles y diferentes figuras rocosas, no tiene precio.